Vio la luz en un frío mes de diciembre de 1940. -Tiempos difíciles recién concluida la guerra civil-. Aunque nacido en Madrid, concretamente en la calle León, sus raíces emergen de lo más profundo de las entrañas de Villager. Hijo de padres bilaxius (gentilicio de los habitantes de Villager) y nieto de abuelos bilaxius. Su padre, Celso Gancedo, de la casa de Moscas, y su madre, Adamina Fernández, de la casa del Cazador. Así pues, nada es de extrañar su gran pasión por Laciana, en general y, de Villager, en particular.
Desde que era un niño, al menos en lo que yo recuerdo, no pasaba un solo verano en el que no viniera a pasar varios meses a casa de sus abuelos maternos, Manolo y Ramona, en el Postoiru. Lo conocí cuando él tenía 8 años y yo pocos más. Recuerdo que el primer año -creo que era julio de 1948- fue cuando hablé con él por vez primera y, al igual que les sucedió a otros niños del pueblo, me preció un poco finolis. Sus educados modales, su pulcra vestimenta y su fino vocabulario contrastaban con la rudeza de los niños del pueblo, que por ser, en gran mayoría, hijos de mineros, nuestros pantalones, con frecuencia, estaban adornados con más de un remiendo; nuestras alpargatas, de esparto, apenas si las habíamos estrenado cuando ya la suela se abría por debajo, como solíamos decir, como la boca de un sapo; y qué decir del vocabulario, bueno, eso mejor no mencionarlo; pero de justicia es mencionar, que Lolo pronto adquirió nuestros modales, nuestro comportamiento y se amoldó muy bien a nuestros juegos, un tanto asilvestrados, así como a nuestra forma de hablar, lo que le granjeó la simpatía de todos los niños del pueblo.
En el Instituto Geográfico Nacional de Madrid, estudió la carrera de topografía, y en 1978, por designación de la empresa en que trabajaba, se fue a Argentina donde estuvo viviendo durante cuatro años, el tiempo que tardaron en construir la autopista que va desde Eceiza hasta el centro de Buenos Aires, así como un tramo del suburbano. Ya varios años antes, allá por el 1956, debido a mi salida de Villager, había perdido el contacto con él, contacto que tardaría unos cuantos años en reiniciarse. Nuestro reencuentro, creo recordar, se produjo en el verano del 2003, en la cantina de Villager, cuando ya ambos peinábamos canas en el poco pelo que, a duras penas, aún conservábamos. A partir de entonces nuestra relación de amistad se intensificó -diría yo- a gran velocidad, como si pretendiera recuperar los años perdidos. Nuestra amistosa relación, desde entonces, ha sido, sin interrupción, sincera y desinteresada; y, aun cuando ideológicamente estamos en las antípodas, el uno del otro, ello no es óbice para que nos respetemos y mantengamos nuestra amistad intacta. Ojalá todos antepusiéramos los sentimientos a la ideología; si así fuera, no me cabe duda de que el mundo sería muy distinto.
Es norma -no escrita- ensalzar la figura de una persona después de muerta. Yo, a pesar de ser un hombre a quien no gusta demasiado regirse por ciertas normas no escritas, en no pocas ocasiones, he tenido que adaptarme a esa norma y relatar hechos y vivencias de personas fallecidas; queridas unas, admiradas otras, incluso algunas que, aun no habiendo existido una estrecha relación de amistad entre nosotros, las consideraba merecedoras de un último recuerdo. Y, después de escribir esos relatos pos mortem, siempre me hacía la misma pregunta: ¿Tiene algún sentido dedicarle estas palabras a quien no puede leerlas? ¿No sería mejor escribirlas cuando la persona aún está viva?
Por eso, en este caso, me salto la norma para plasmar en este blog mi afecto, mi respeto, mi admiración y, sobre todo, mi agradecimiento hacia Manuel Gancedo -para los amigos: Lolo el del Cazador-, por dos razones, fundamentalmente: en primer lugar, mi afecto, respeto y admiración hacia una excelente persona, culta, afable y extraordinaria; en segundo lugar, para reconocer su incasable labor de investigación sobre usos y costumbres ancestrales en nuestro querido Villager, así como sus innumerables trabajos dedicados a recuperar el patsuezu (Dialecto del idioma asturleonés, que se hablaba en los concejos asturianos de Somiedo, Cangas de Narcea y Degaña; y en los leoneses de Laciana, Rivas del Sil y Palacios del Sil), del que ha publicado un estupendo diccionario; y, para deleite de estudiosos y amigos de las lenguas vernáculas, próximamente verá la luz un nuevo y muy completo diccionario etimológico, obra que no debería faltar en la biblioteca de cuantos puedan estar interesados en el conocimiento del mencionado dialecto.
Durante varios años, juntamente con otro buen amigo y gran persona – ya fallecido-: Eduardo Carbajo, publicó, en patsuezu, en la revista El Mixto -editada por Piélago del Moro y dirigida por Víctor del Reguero-, una serie de relatos titulados: “Voy decibus que”, bajo los pseudónimos de Antón y Ambrosio”; serie muy amena, desenfadada y muy instructiva, de la que yo, con no poco esfuerzo para leer el patsuezu, no me perdí ni un solo capítulo, y que gracias a ella adquirí los conocimientos básicos para comprender ese interesante dialecto; interesante, al menos en mi opinión, aunque sólo sea porque fue “la nuesa tsingua” (nuestra lengua); la que hablaban los antepasados de nuestra tierra.
En su afán por aglutinar a los bilaxius en la diáspora, en el año 2003 fue el precursor de la creación de una Web que, durante años, con gran éxito, reunió en torno a ella a muchos de los bilaxius dispersados por todo el mundo. Gracias a su Web volvimos a encontrarnos, no pocos, que habiendo nacido en Villager y habiéndonos conocido de niños, por designios del destino, no nos habíamos vuelto a ver en muchos años; incluso se hicieron grandes amistades entre personas de diferentes comarcas y nacionalidades que, con anterioridad al inicio de su Web, ni siquiera sabían que existía un pueblo llamado Villager.
Amante de la naturaleza, creó el blog FLORA DE LACIANA, que es una verdadera obra, digna de un botánico profesional. Allí, en preciosas fotografías hechas por él mismo -domina a la perfección el arte de la fotografía-, se encuentran todas las especies de flores existentes en prados, brañas y montes de Laciana, con toda suerte de detalles: sus originales nombres en latín, familias a las que pertenecen, orígenes, tamaño y número de hojas. Todo un compendio de datos de gran utilidad para los estudiosos del tema.
Y, como decía al principio, por no ser amigo de ciertas normas no escritas, es por lo que deseo dedicar hoy este pequeño homenaje a mi amigo Lolo el del Cazador, cuando él aún puede leerlo; entre otras cosas, además, porque debido a razones de edad y de salud, bien cabe la posibilidad de que, si de homenajes póstumos hablásemos, fuere él quien tuviere que escribir el mío. Por eso, Amigo Lolo, permíteme que, envuelto en un soneto, muy modesto, pero escrito con el corazón, te envíe este pequeño homenaje:
¡Quien fuera Garcilaso, Góngora o Machado!
Para poder devolverte, envuelto en un soneto,
un poco, ya fuere sólo plasmado en un boceto,
de lo mucho que tú nos has legado.
Puesto que catorce versos componen un soneto,
harto difícil se me antoja la empresa,
poder comparecer con la esperanza ilesa
de ofrecerte, con tan exigua prosa, mi respeto.
Ya que, al hablar de méritos, siempre a otros aludes,
permite que a mi modo, pues yo no soy Machado,
casi con veneración glose tus virtudes.
Tú que ensalzas las brañas desde tierra lejana,
nunca podrás pensar, que defender lo hermoso,
aún en un mundo ahíto de materia, sea causa vana.
Piorno
NOTA:
Nuestro común y buen amigo Nano-35 me ha pedido que inserte esta fotografía en la que aparecen el alerce de Vegapujín (el pino de la Viliella) y el abeto de la casa del Cazador en Villager. ya que el espacio reservado a los comentarios no permite insertar .fotos. Acompañado a la fotografía, inserto, igualmente, el comentario que él escribe al respecto:
“Un justo y sentido homenaje a un hombre de bien, inquieto buscador de las excelencias de la tierra de sus amores, tanto culturales como de su flora y fauna.
La Web creada y dirigida durante varios años por Manuel Gancedo, sobrepasó en su expansión e interés los limites locales llegando incluso a leerse en otros continentes, dándome la oportunidad de escribir en ella y aún más importante, permitirme conocer y cultivar la amistad de tantos amigos de nuestra querida montaña leonesa.
El alerce de Vegapujín y el abeto de Villager ya reflejaron hace muchos años esta inquebrantable amistad que hoy quiero recordar en honor de (Lolo el Cazador)
Te felicito amigo Piorno por traernos a la memoria de una manera tan entrañable a nuestro recordado “Administrador” Manuel, tanto en tu brillante prosa como el precioso y bien elaborado soneto.”
Piorno, amigo, maravilloso y merecido homenaje a esta persona tan querida para mí. Tienes el don de tener siempre la palabra justa, y en este caso vuelves a demostrarlo. Todo lo que escribes a propósito de “Lolo, el del Cazador” es, a mi modo de ver, justamente merecido. Quizá yo no sea la persona más indicada para decirlo por los vínculos que nos unen, pero creo que en este caso sí lo puedo afirmar con absoluta certeza. Él es el pequeño de los tres hermanos, tiene casi 9 años menos que yo. Nació en la posguerra, después de pasar separados mis padres los tres años que duró la guerra civil, mi madre en Villager con mi hermano mayor y yo, y mi padre en Madrid, esperando irse de vacaciones en agosto, caso que no pudo ser por estallar la guerra en Julio. Este es el motivo de que nos llevemos tantos años. A mí, personalmente, me parece una semblanza verdadera de cuánto se ha involucrado en todo lo referente a Laciana. Es un verdadero apasionado de nuestras raíces y de Villager, al igual que todos nosotros, y lo que escribe lo hace con el corazón, y siempre con el deseo de que nada de ellas se pierda, y que las generaciones venideras puedan seguir recordando y manteniendo todo lo nuestro.
Gracias, Piorno, por todo lo que me toca. Te deseo lo mejor, y que sigas siempre la senda que tantos años llevas recorriendo.
Un fuerte abrazo,
Guaja.
Muchas gracias amigo Piorno por esta semblanza. Ten por seguro que a lo largo del camino de la vida, una de las cosas que más te ayuda, son las personas con las que te encuentras en su recorrido. En esto, te puedo asegurar que me siento un privilegiado. Creo era mi abuelo Cazador el que decía algo así como que no te avergüencen ni por el negro de una uña, metáfora perfectamente explicativa de lo que es la honradez. Unos padres que me enseñaron en casa, su cariño y ejemplo. Mi madre, increíble administradora de la casa, que de pequeño me hacía la ropa incluso camisas con los faldones de las ya usadas por mi padre. De él aprendí a conocer el monte, cuando me llevaba a perdices como un “pointer”. Mis hermanos que por ser mayores que yo me ayudaban y hacían rabiar alternativamente (como hermanos…). Mis tías Adonina y Xión, esta última en que en sus últimos años de vida en Madrid, yo exprimía sus conocimientos como un limón, explicarme hasta las vueltas de la tsuria (soga) para atar un carro de hierba con arte. De mi familia actual, qué puedo decir, cuando llevamos 50 años de unión. Mis hijos, con los que en las fiestas comemos juntos juntando hasta 12 individuos de diferentes calibres y, como no, los amigos y compañías de que te rodeas… todo ello hacen que parafraseando a Ortega, sean mis circunstancias.
Tienes razón cuando comentabas aquellos generosos veranos de niño en Villager, y sus inolvidables juegos: las patadas al balón en Trichavivtsa, el escatológico “El rey cojo”, en el que el rey untaba su suela en cuitu (abono de vaca) apara que el inocente pusiera sus manos a modo de estribo y le ayudaba a subir a su caballo con las previsibles consecuencias, encalcar la hierba en el pajar de la tía Elisa dando volteretas desde las vigas del pajar y el preferido: “Tres navíos en el mar”, en el que participábamos al anochecer ocho o diez guajes y guajas del pueblo, divididos en dos bandos, ¡Que buenos recuerdos!
Aunque enrojecido el rostro como inglés en Magaluf por tus halagadores comentarios, no me resisto a decir que
Puedo prometer y prometo:
os aseguro afirmo y juro
que yo nunca le pague un duro
por dedicarme aquel soneto.
Gracias amigo.
Lolo, no tienes motivos para darme las gracias. Si alguien tiene que estar agradecido, esos somos los bilaxius hacia tu persona. Gracias, sí, pero gracias a ti, por tu incansable interés en dejar constancia de como hablaban y como vivían los bilaxius de otros tiempos. Sí, gracias a ti, porque con tu investigación -llámalo curiosidad si lo prefieres- otras generaciones posteriores podrán recoger tu testigo y podrán continuar investigando.
Al relatar en tu escrito aquellos juegos de nuestra infancia y de nuestra adolescencia, me has hecho volver la vista hacia atrás, hacia la senda recorrida y, con gran nostalgia, como escribió Machado, me has llevado a “contemplar la senda que no he de volver a pisar”. Y, como dice Guaja en su precioso comentario, con su habitual sensibilidad: Trataremos de continuar por la senda que desde hace tantos años, ya, venimos recorriendo; aunque, quizá Machado estuviese en lo cierto al decir aquello de que “Caminante no hay camino sino estelas en el mar”
Un abrazo
Me encanta leer estos recuerdos del padado.
Siendo yo niña y mi hermana ,participando con Lolo y Lolipin en juegos por el corral del cazador.
Que veranos maravillosos junto con mis primos de Barcelona ,y los niños q nos juntabamos para correr por todo el pueblo.
Parece que fue ayer y ya ha pasado una vida.
Muy bonita semblanza Piorno y muy buena tambien la contestación de Lolo.
Un abrazo para los dos de esta VILAXIA que también en muchas frases de mi día a dia meto palabras lacianiegas y en más de una ocasión me han dicho , ;(pero que dices mamá).
Desconocia el blog, Por interesante mi enohorabuena.
Gracias José,
Celebro que encuentres interesante este sencillo blog que, en realidad, no tiene más objeto que el de dejar plasmadas viejas y nostálgicas vivencias, las más de las veces; hechos acontecidos en nuestra tierra, en otros tiempos, en ocasiones; y, por qué no decirlo, dejar volar la imaginación, única máquina del tiempo inventada hasta ahora que nos permite regresar, mentalmente, a esa época que todos los ancianos añoramos y que nunca volverá: nuestra infancia.
Pina -permíteme que te llame por el diminutivo de tu nombre-, muchas gracias por tus bonitas palabras.
Lo de leer y recordar con agrado anécdotas del pasado nos sucede a todos los que hemos cruzado de largo el ecuador de nuestra vida. Recordamos con nostalgia todo cuanto concierne a la etapa de nuestra niñez y de nuestra adolescencia, no sólo porque, por lo general, suele ser la etapa más hermosa de nuestra existencia, sino porque sabemos que aquellos tiempos jamás volverán, y que la única forma de vivirlos de nuevo, es en nuestros recuerdos.
Te decía que me permitieras llamarte por el diminutivo de tu nombre, porque así te he llamado desde que eras una niña; anterior incluso a esos días en los que, como tú mencionas, jugabais en el corral del cazador. En aquellos tiempos, cuando aún vivíais en Villager, tu padre y el mío eran muy buenos amigos, motivo por el cual siempre existió una muy buena relación entre nuestras respectivas familias y, debido a ello y a que yo soy algunos años mayor que tú, aunque te resulte extraño, te recuerdo hasta de los tiempos en que andabas con chupete. Y como desde siempre te he llamado Pina, espero que no te moleste, pero me resultaría difícil ahora llamarte Agripina.
Cuando llegue el verano, aunque tú no sabes quien soy, espero poder saludarte mientras caminas por la vía verde.