BENIGNO EL XIPLO

Paseaba mi melancolía a través de las fotografías de un viejo album de mineros de Laciana , y hete aquí que, cuando me disponía a dar por conluido el repaso, en la última página, una fotografía, ya olvidada, produjo en mi ánimo, además de un sentimiento  mezcla de alegría y de tristeza, un sobrasalto -casi un escalofrío- que me llevó a recostarme en el sofá y, cerrando los ojos, recordar una pequeña historia -casi sería más correcto denominarla anécdota- acontecida unos cuantos años atrás, en la época de mi adolescencia. La fografía era la de Benigno El Xiplo, en su juventud, con su ropa, sus herramientas de minero y el inseparable pitillo entre los labios, terminando de dar una chimenea de ventilación que, partiendo del segundo de Calderón, daba salida a la braña de San Miguel.

Aquella imagen de Benigno, con su gran bigote, su bonachona sonrisa y el pitillo entre los labios, es la que con mayor nitidez predomina en mis recuerdos. Contemplándola, me quedé ensimismado ¡Cuántos recuerdos se agolparon, al unísono, en mi mente! El efecto que aquella fotografía ejerció sobre mi espíeritu, fu tal, que por un instante creí haberme subido a la máquina del tiempo y, retrocediendo velozmente hacia mi época de adolescente, encontrarme charlando con Benigno en el corral de su casa, mientras él, con la boina llena de virutas de madera, trabajaba en su banco de carpintero, hobby que, en sus ratos libres, practicaba asiduamente. Siempre lo recuerdo con aquella alegre y bonachona sonrisa de la que parecía no desprenderse nunca ¡Hombre bueno donde los haya habido! Nunca vi un mal gesto en su rostro; jamás de su boca escuché reproche alguno, ni palabra más alta que otra; y sobre todo, aquella sonrisa alegre, franca y sincera.

Aunque mi vista continuaba fija en la foto del álbum, como si un poderoso imán la mantuviera atrapada a la imagen, mi mente continuaba viajando lejos en el tiempo y, de pronto, como si se hubiese descorrido un velo que el polvo del camino hubiera mantenido tapado durante tantos años, recordé aquella pequeña historia que, aunque vista en la distancia del tiempo, pudiera parecer anecdótica, en aquel entonces fue de gran trascendencia en mi vida; una historia en la que Benigno tuvo un papel relevante y que, por algo que a mí se me escapa, había quedado oculta en algún recóndito lugar de mi mente y que, probablemente, de no haber sido por aquella fotografía, oculta seguiría. Por qué no recordaba aquella anécdota, no sabría decirlo con certeza; quizá porque en nuestro cerebro existan ciertos  pasajes de nuestra vida que la mente prefiera mantener ocultos; quizá sea por algo que no consideremos trascendente o -por qué no decirlo- quizá porque sea algo de lo que nos hayamos sentido avergonzados, como creo que ha sido mi caso.

Contaba yo, a la sazón, catorce años, cuando aconteció el hecho al que antes aludía y que, visto con la prespectiva del tiempo, me dispongo a relatar:

Corría el mes de Septiembre del año 1952 y, como todos los días, mi amigo Manolo Josefón y yo  subíamos las vacas a Fuesio, donde pasarían la noche. Todos los días, cuando llegábamos frente a la peña de Calderón, nos parábamos a contemplar los galfarros que, incansables, revoloteaban en la parte alta de la peña, en cuyas oquedades y salientes tenían sus nidos. Desde hacía bastante tiempo, a mí me rondaba la idea de poder contemplar los nidos de cerca, y me preguntaba constantemente, cómo podría conseguirlo. Ese día de Septiembre, a la bajada de Fuexio, al pasar frente a la peña, como siempre, nos paramos, y después de contemplar unos minutos las piruetas aéreas de los galfarros, expresé en voz alta, lo que venía maquinando desde tiempo atrás:

– Manolo –le dije, mientras le sujetaba por un brazo para evitar que continuara la marcha-, tengo una idea para poder contemplar de cerca los nidos de los galfarros.

Sin darle tiempo a reaccionar continué:

– Podríamos atar una soga al roble que hay arriba, y descolgándome por ella, llegar hasta la altura de los nidos. Luego volvería a subir; tu podrías ayudarme tirando de la soga hacia arriba.

Me miró un tanto confuso y, después de pensárselo unos segundos, me preguntó:

– ¿De verdad estás pensando en hacer eso? Bajar no será difícil, pero subir…..

– Ahí entras tu –repliqué-. Cuando te avise tiras de la cuerda con fuerza, y con tu ayuda podré subir.
– Dime Piorno, ¿Sabes qué altura tiene la peña?

– No sé, cien o doscientos metros ¡Qué importa eso! No pienso bajar hasta abajo.

– Y dime ¿Dónde piensas conseguir la soga?

– Una de las de atar la hierba, naturalmente. Precisamente, pensaba pedirte que cogieras tú una de las de tu ama, porque en casa, mi tío las tiene guardadas en un cuarto, bajo llave, y me sería casi imposible.

– ¡Ni hablar! Piorno; si cojo una soga y se entera el ama, ¡ni te cuento! Me pone de patitas en la calle. ¡No, eso ni lo sueñes!.

– Pues alguna solución tenemos que encontrar –repliqué.

Continuamos camino hacia el pueblo, pero yo no paraba de darle vueltas a la cabeza, hasta que de pronto se me ocurrió una idea que, entonces, me pareció brillante.

– Ya está, Manolo, ya tengo la solución: mañana por la tarde, antes de salir para Fuexio, nos acercamos a casa del Xiplo y se la pedimos a Benigno; seguro que nos la presta.

Para quien no conozca la peña del segundo de Calderón, es lo que los alpinistas llaman una pared cortada, con inclinación inversa; es decir, cortada hacia dentro y con una caída de aproximadamente 200 m. Como veréis, ni la idea podía ser mas descabellada, ni la inconsciencia, fruto de la edad, tampoco.

Al día siguiente, como planeado, poco después de comer, nos encaminamos camino del barrio de abajo que, como todos sabéis, es donde se encuentra la casa del Xiplo. Encontramos a Benigno enfrascado en aquella afición suya a lo que hoy llamaríamos bricolaje y que, en aquellos tiempos, se llamaba carpintería de andar por casa. Había construido un banco de carpintero, el cual guardaba bajo el tendejón que en el corral, además de hacer las veces de almacén para la leña, servía para proteger los carros en invierno. Cuando el tiempo y los quehaceres cuotidianos, además del trabajo en la mina, lo permitían, sacaba Benigno su banco de carpintería al corral, y allí, armado de serruchos, garlopas, escofinas y demás herramientas, disfrutaba con su hobby, a la vez que hacía algo que le fuera necesario y de utilidad.

Aquel día de Septiembre, apacible y soleado, cuando embocamos el camino de la casa del Xiplo, vimos a Benigno ocupado en la construcción de un vasar de madera, para la cocina de su casa. En años posteriores, en mis visitas a aquella casa, que eran muy frecuentes, contemplaba aquel vasar que, si bien no podría catalogarse como pieza artística, lo que nadie podría negar era su robustez para resistir el paso del tiempo, así como el amor con que había sido construido. Cuando llegamos a su altura, dejó la garlopa, se quitó la gorra, sacudió unas virutas de madera que se le habían adherido al pelo, y mostrándonos su habitual sonrisa, se dirigió a nosotros con estas palabras:

– ¿Qué trae por aquí al señor Fanciscu y a su inseparable amigo Manolo? ¿Venís, acaso, con intención de ayudarme? Si es así, no sabéis cómo os lo agradezco; estaba pensando dejar esto para ponerme a picar leña. Así que, si es así, ahí tenéis el hacho.

Nunca supe, ni tampoco nunca se lo pregunté, por qué me llamaba de aquel modo. Lo cierto es que a mí, aquel apelativo no me disgustaba, y eso de que siempre antepusiera el “Señor” me hacía sentirme importante.

– Hola Benigno –dije yo con cierta timidez-. La verdad es que veníamos a pedirte prestada una soga de las de la hierba.

Se quedó algo sorprendido, sacó su petaca y, a mi entender, con toda la parsimonia del mundo, empezó a liar un cigarrillo –siempre me preguntaba cómo era capaz de liar aquellos cigarrillos tan gordos, sin que se le cayera una sola grana de tabaco-; una vez lo hubo liado, pasó la lengua sobre el borde del papel, lo apretó levemente con su dedo pulgar, para pegarlo bien, colocó el pitillo entre los labios, y con su mechero de larga y enrollada mecha, lo encendió. Al tiempo que soltaba una bocanada de humo, me preguntó:

– ¿Puedo saber para qué diantre necesitáis una soga? ¿Acaso os queda hierba por recoger, a estas alturas? Y, dime, señor Fansiscu ¿Por qué no se la pides a tu tío

– Bueno, verás. El caso es que…. Nosotros habíamos pensado…

Llegado a ese punto, me interrumpió Manolo diciendo:

– No digas habíamos pensado, Piorno, que eso lo has ideado tú solito; a mi no me metas en danza.

– Es cierto –le dije-, esto es idea mía, pero no quita para que tú también estuvieras de acuerdo.

– Vamos a ver –terció Benigno-, si seguimos por estos derroteros, mal que me pese, Alvarina –era su mujer- me va a echar la bronca por no subir la leña. ¿Queréis decirme de una vez, que planeais hacer con la soga?

Manolo y yo nos miramos unos instantes. Me pareció leer en su mirada, algo así como: anda, cuéntaselo tú. Después de eso no me quedó otra alternativa que contarle, de cabo a rabo, nuestro proyecto; es decir, mi proyecto. Era de admirar con qué atención me escuchaba. Cuando terminé mi exposición, sin que su rostro se contrajera lo mas mínimo –en su interior debía estar partiéndose de risa-, nos dijo:

– No os preocupéis. Yo os dejo la soga, y hasta estoy dispuesto a ayudaros para subirte. Este –dijo apuntando a Manolo- está algo flacucho para tirar de ti hasta arriba; pero, dime ¿qué interés tienen los nidos de galfarro en esta época? Los poyuelos ya han volado, no hay nada en ellos; creo que este proyecto deberías posponerlo a la primavera que, por entonces, los poyuelos de galfarro aun aposentan en sus nidos.

Pensé que no le faltaba razón, pero esperar hasta la primavera se me antojaba mucho esperar. Como él viera por mi gesto, que su explicación no parecía haberme dejado muy conforme, –¡Qué gran psicólogo era!-, me dijo:

– Si tanto interés tienes en ir ahora, no te aflijas, picamos la leña, se la subimos a casa a Alvarina, cogemos la soga y echamos camino adelante hacia la peña de Calderón; pero antes, deja que te cuente una pequeña historia que me contó mi abuelo, que a su vez, se la había contado a él, el suyo: “Sucedió hace muchos años. Un fornido y aventurero joven, tuvo tu misma idea –lo que no recuerdo, es si me contó que era de Villager, de Orallo o de dónde era- y deslizándose por una soga, atada previamente a un roble, descendió unos 30 metros, hasta llegar a los nidos de los galfarros. Estos al ver al intruso acercarse, se lanzaron sobre él con sus garras a modo de bayonetas y, clavándoselas en los ojos, hicieron que se soltara de la soga, lo que, evidentemente, propició su caída al vació, muriendo en el acto.”

Confieso que al escuchar la historia se me encogió el corazón. Miré a Manolo que se había quedado blanco como la cal. Benigno me miraba como esperando una respuesta. Por no salir corriendo, dije:

– Creo que tienes razón; va a ser mejor dejarlo para la primavera.

Benigno, cuya sonrisa se había trocado un tanto irónica, mientras cogía el hacha para picar la leña, nos dijo:

– ¡Ah…! Quedaros tranquilos, que por mi no se enterará nadie de lo que hemos hablado. Esto se queda entre nosotros.

Sin decir palabra, con la vista clavada en el suelo, sintiendo una vergüenza horrible, dimos media vuelta y…. a casa.

Pasado el tiempo, siendo yo ya un hombre hecho y derecho, muchas veces tuve la satisfacción de tomar el vermouth con él, en la cantina; y, en su casa, muchas partidas de cartas tenemos echado en invierno, al calor del brasero. ¡Cuántas historias nos habremos contado! Sin embargo, nunca, ni solos ni en compañía de otros, jamás volvimos a mencionar aquella anécdota que, afortunadamente, para mí, se quedó sólo en eso, en una anécdota.

Andando los años, fui testigo de cómo su negro bigote, al igual que sus cabellos, cambiaban, lenta pero, inexorablemente, de color; su brillante color negro había dejado paso al blanco, no tanto ocasionado por la edad como por la enfermedad que lo iba destruyendo. En cambio, lo que ni la enfermedad ni el tiempo consiguieron fue cambiar su sonrisa; aquella sonrisa, alegre, franca y sincera, que recuerdo con verdadera nostalgia.

¡Que tiempos aquellos! Decíamos entonces que eran tiempos difíciles y, vistos ahora, en la distancia y con los ojos del corazón, me parecen hermosos. Tal vez sea, porque la nostalgia, en mi particular concepto, es un conjunto de recuerdos envueltos en un catalizador que, haciendo de filtro, permite revivir solamente lo bello y lo agradable, evitando que imágenes desagradables, o dolorosas, acudan a perturbar nuestra mente.

Repasando aquella historia, me duele decirlo, pero ahora soy consciente de que nunca le di las gracias por, casi con toda seguridad, haberme salvado la vida. Cierto que nunca le di las gracias; tan cierto como que lo recuerdo con frecuencia.

9 thoughts on “BENIGNO EL XIPLO

  1. Sigues con tus chorradas de siempre. Valiente gilipollez lo de la peña de calderón y los galfarros. Eso no te lo crees ni tu. Por que no cierras esa mierda de blog de una puta vez. no te enteras que esas paridas que cuentas no interesan a nadie.

  2. ¡Qué pena me das Carreirón!. Que haya personas como tú que alimenten ese espíritu mezquino y miserable, me hace pensar que eres un amargado de la vida, o que tu vida es tan triste, pobre y falta de afectos, que solo sabes soltar la bilis en forma de comentarios rastreros.
    Si tanto te molesta leer el Blog, deja de entrar en él, no eres bien recibido por parte de los amigos que sí disfrutamos con las anécdotas, relatos y comentarios de nuestro amigo Piorno y de todos los que deseen entrar de buena manera en él.
    Olvídanos y sigue rumiando tu mala baba, y de paso, que te atragantes con ella allá donde estés, solo y escondido bajo un seudónimo, ya que no eres lo suficientemente valiente para dar la cara abiertamente.

    Un abrazo para Piorno y para toda la buena gente, que todavía hay mucha…..
    Guaja.

  3. Carreirón, te echaba de menos. Había llegado a pensar que ya no entrabas en mi blog y, créeme, eso me tenía muy preocupado. Tengo que agradecerte que seas un asiduo lector de mis relatos; hecho este que queda sobradamente demostrado; pues, habiendo transcurrido, a penas, 24 horas desde mi última publicación, has tenido la deferencia de dedicar tu inestimable tiempo a escribir tan amable e inteligente crítica.

    Saludos
    Piorno

  4. Puedo decirte, amigo Piorno, que, aún siendo algo más joven que tú, me traen recuerdos de personas, de situaciones, de la vida antaño en los pueblos. Sólo conocí al Xiplo de vista y de oidas, pero las referencias que me han llegado son de que era una gran persona.
    En cuanto a los exabruptos de Carreirón,… pa’qué vamos a decir nada. Cuando se expresan calificativos semejantes y se recurre a tacos indican la educación de las personas..
    Sigue así que tengo una sana envidia de tí que puedes recordar y trascribir antiguas vivencias. Yo te seguiré leyendo.
    Un abrazo «señor Franciscu».

  5. Gracias Pucelania. No eres algo más joven que yo, eres bastante más joven que yo. Referente al Xiplo, yo que tuve mucho trato con él, puedo decir sin exagerar, en absoluto, que era muy buena persona y, como decimos en el pueblo, un paisano de los pies a la cabeza. Cualquiera que, aún sin conocerle, haya oído hablar de él, sólo ha podido oír cosa buenas.
    En este mundo hay personas que, después de haber fallecido, se les recuerda por diferentes motivos: unos por haber sido personajes ilustres, otros por haber sido grandes inventores, pintores, literatos, políticos o, sencillamente, haber aparecido frecuentemente en los medios de comunicación; hay otros -es el caso del Xiplo- que, sin haber pertenecido a ninguno de estos grupos, son recodados por haber sido, sencillamente, buenas personas. Creo que pertenecer a este último grupo -por lo que a mí respecta- es a lo máximo que, gentes sencillas, podemos aspirar.

    PD.: Benigno no me llamaba «señor Franciscu, sino señor Fanciscu»

    Un abrazo.

  6. Amigo Piorno:
    En mi memoria tengo este relato guardado. Me parece haberlo leído en alguna de tus publicaciones. Creo que fue en el libro: “La senda de aquella mina”. Pero eso no es lo importante, lo que a ti te impactó, que es lo que a tus lectores nos toca la fibra sensible es el cariño del recuerdo. Y todos tenemos algún recuerdo adolescente, que sin saber muy bien porqué, quedó fijado para siempre.
    Ahora rescato de mi memoria un recuerdo del que tú fuiste el protagonista. Seguro que ni te lo imaginas. Sucedió al término de las vacaciones de Semana Santa del año 70. Te habías acercado a visitar a la familia y a la hora de volver a tus quehaceres pasabas por León y mi madre te pidió, que si te podía acompañar, como paquete, hasta la capital donde estaba estudiando magisterio. Tenías un deportivo descapotable, que disfruté como un niño de una piruleta. ¡Imagina la diferencia con el Fernández!
    Las amables palabras que te dedicó el señor “Carreiron” denotan su sensibilidad por los recuerdos, su empatía y amabilidad. ¡Gracias a personas como él disfrutamos de un mundo mejor!
    Un abrazo y gracias por compartir tus recuerdos.

  7. Amigo Teofichu,
    Este relato has tenido que leerlo en la revista El Mixto, donde hace algunos años lo había publicado. Dado que la mencionada revista ha dejado de publicarse, he querido -con algunos retoques- traerlo a este blog con el único fin de que aquellos bilaxius que, en su día, no leyeron la revista, recuerden a la gran persona que fue Benigno el Xiplo.
    Algunos recerdos, amigo Teofichu, como bien dices, quedan grabados en nuestra memoria de forma imborrable sin que el paso de los años los desfiguren lo más mínimo. Otros, por el contrario y sin motivo aparente, quedan ocultos, de forma indefinida, en algún rincón de nuestro cerebro. Tal es el caso de lo que tú me comentas referente a ese viaje que, al parecer, hicimos juntos a León. Créeme que no lo recuerdo. Me dices que hicimos el viaje en un deportivo descapotable; tal vez, si pudieras decirme la marca o el color del coche, conseguiría recordalo.
    Algún día traeré a este blog anécdotas que, increiblemente, recuerdo de mi infancia en las que los protagonistas eran, entre otros, tu padre, Costante, Angel y Mariano (los del cocino) y algún vecino más del barrio.

    Gracias por tus comentarios

    Un abrazo
    Piorno

  8. Había oído campanas y no sabía si eran las de la parroquia de Sta Marina, las del convento de San Pablo o las de las Dominicas. Razón tienes que el relato de “El Xiplo” lo había leído en la desaparecida revista “El Mixto”. Mi hermana las compraba y cuando viajaba a Villager las leía, releía , e incluso, las estudiaba, porque a lo escrito en patsuezu necesitaba darle algunas vueltas.
    En cuanto al viaje en el que te acompañé a León, recuerdo que fue en un coche gris claro. Su marca o modelo era MATRA, y no recuerdo más detalles. No sé si con tan poca chicha podrás hacer buen caldo.
    Lo que siempre recordaré es que fue el mejor viaje de mi vida. No es de extrañar, puesto que, estaba acostumbrado al Fernández a León y al Mixto a Ponferrada.
    Un saludo.

  9. Hola Teofichu,

    A pesara de haber transcurrido unos 45 años -año arriba año abajo- recuerdo perfectamente aquel MATRA. Creo que aún conservo alguna fotografía de él. Miraré en mis archivos de fotos y si encuentro una la colgaré aquí. Aquel coche más que deportivo era de competición para Rallys, aunque yo nunca competí con él. Si lo recuerdas, tenía el eje trasero más ancho que el delantero y las ruedas traseras eran mucho más anchas y de mayor diámetro que las delanteras; un sistema parecido a los coches de fórmula 1. Además tenía el motor central, situado bajo lo que en otros coches son los asientos traseros, que, evidentemente, él no tenía. Esas características le proporcionaban una gran facilidad para tomar las curvas. Era especial para carreteras de montaña, y teniendo en cuenta cómo era la carretera de Villablino a León, en aquellos tiempos, y que a mí me gustaba apretar el acelerador, no me extraña que te resultara divertido.
    Sin embargo, por más que trato de estrujarme las meninges, pues que no recuerdo ese viaje a León.

    Un abrazo

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