EL TSUMIACO Y LA ANGILA (Fábula)

Una mañana de primavera, cuando los rayos del sol empezaban, apenas, a posarse mansamente sobre las aguas del río, y cuando las gotas de roció aún resbalaban mansamente por los tallos de tachos, tarriechos y alguna que otra grichándana temprana, en el verde de la orilla, mientras mordisqueaba una hoja de acedera cuyo tallo había sido doblegado por la pezuña de una vaca que por allí pastaba, un tsumiaco (lumiago), con gesto amargo y lágrimas en los ojos, se quejaba de lo escasamente generosa que la naturaleza había sido con él:

– ¡Que injusto es el mundo! –se decía- Además de feo, soy tan torpe de movimientos que, de verdadero milagro, esa vaca que ahí pasta, no me ha aplastado. Me muero de envidia cuando veo la rapidez con que se mueven las truchas, o la destreza con que saltan las ranas. ¿Por qué no puedo yo moverme o saltar de ese modo?

Una anguila que, al tiempo que buscaba los rayos del sol, estaba atenta a los lamentos del tsumiaco, pensó para sí: voy a buscar otro remanso porque este bichejo, puede que sea feo y torpe, que sin duda lo es, pero quejarse y alborotar si que sabe. Se disponía a marcharse, cuando, de pronto, se le ocurrió, lo que a su entender, era una brillante idea. ¡Que súper lista soy! -se dijo-. Por algo soy la más difícil de atrapar en todo el río. Como que no quiere la cosa, haciéndose la despistada, se acercó a la orilla donde el tsumiaco seguía sollozando, y simulando gesto de aflicción, le dijo:

– Tsumiaco, la verdad es que tienes sobradas razones para quejarte. Ya he visto cómo, por poco, esa vaca estuvo a punto de aplastarte. Pero mira por dónde, hoy es tu día de suerte, porque voy a hacerte un gran favor.

El tsumiaco enjugó sus lágrimas, y con expresión de gran sorpresa, preguntó:

– ¿De verdad, amiga Anguila, quieres hacerme un favor? Me cuesta creerlo. Tú, tan majestuosa y tan inteligente ¿Preocupándote por un torpe e insignificante tsumiaco?

– Ya te dije que hoy es tu día de suerte. Pero dime, ¿No te gustaría poder parecer una anguila en vez de un tsumiaco?

– ¡Que pregunta, amiga Anguila! Pues claro que me gustaría, pero es de todo punto imposible.

– Bien, no estés tan seguro; si estás de acuerdo, te diré lo que vamos a hacer. Presta atención: Durante una semana, no más, vamos a cambiar nuestro envoltorio. Yo te presto mi piel de anguila y tú me prestas tu piel de tsumiaco. De esa forma, los animales que te vean moverte sobre la hierba te confundirán con una serpiente y no se acercarán a ti.

– ¡Oh! Gracias, Anguila, ¡Qué idea tan excelente!

La Anguila, en su interior, se regocijaba pensando en las faenas que iba a hacer a sus congéneres del río. Cuando truchas, anguilas y nutrias viesen un tsumiaco anfibio y, como individuo extraño, trataran de atacarle; ella con un golpe de cola, saldría veloz, dejando boquiabiertos a sus atacantes. ¿Y sus presas? Moscas, mosquitos, tábanos, insectos hemípteros y larvas de batracio, harían caso omiso al tsumiaco y, por consiguiente, sería un juego de niños poder atraparlos y engullirlos. ¡Qué inteligente soy!, Se repetía constantemente.

Apenas habían transcurrido un par de días, cuando una mañana en que el tsumiaco se lavaba con las gotas de rocío, se dijo que, siendo, aunque fuese sólo en apariencia, una anguila, bien podría lavarse en el río. Se acercó al agua y, ¡Qué mala suerte! Una nutria que buscaba su desayuno, de pronto ve una anguila y, con un rápido movimiento, se engulló al pobre tsumiaco, creyendo que era, lo que no era, pero que aparentaba ser.

Entre tanto, la anguila –disfrazada de tsumiaco- se divertía de lo lindo a costa de los demás, y su sustento lo conseguía sin ningún esfuerzo. Todo estaba saliendo como previsto; pero hete aquí que, de pronto, al fijar la vista en un soleado remanso, observa a una anguila hembra -la de la fábula era macho- nadando muy coqueta y con movimientos que parecían ejecutados con el único deseo de provocar. Nuestra Anguila, olvidándose del envoltorio que por piel tenía, se dirigió hacia la coqueta y joven anguila en plan conquistador y, sucedió lo que tenía que suceder:

– ¿Cómo te atreves a insinuarte, bicho inmundo? –dijo la coquetuela anguila, muy ofendida- Vete con los de tu especie y no vuelvas a molestarme.

Nuestra Anguila, que había sentido el amor a primera vista, se dio cuenta del error cometido; salió rauda y veloz en busca del tsumiaco con ánimo de romper el pacto y recuperar su aspecto, sin siquiera esperar a que transcurriera la semana que ambos habían acordado. Una rana que croaba en las inmediaciones de lo que había sido, hasta un día antes, territorio del desaparecido tsumiaco, y que había presenciado el fatal desenlace, puso a la anguila en antecedentes de lo acontecido. Cuando ésta fue consciente de que jamás podría recuperar su anterior y natural aspecto, en la orilla del río volvieron a escucharse las quejas de un tsumiaco, que no era tal, sino una anguila que se creyó la más lista del río.

 

Moraleja:

Quien urde artimañas para sorprender la buena fe de los demás, pretendiendo de este modo obtener provecho de forma dolosa, por lo general, antes o después, suele caer prisionero en sus propias redes.

One thought on “EL TSUMIACO Y LA ANGILA (Fábula)

  1. Hola amigo Piorno,

    Tu fábula bien habría podido firmarla Esopo. Y es que muchas veces ansiamos lo de los demás creyendo que es mejor que lo nuestro, sin pensar en las consecuencias, y que las cosas debemos dejarlas como están. He leído en algún sitio una frase que les viene al pelo a los dos, anguila y tsumiaco: “Piensa bien lo que pides, no sea que se te conceda”.

    Saludos,
    Guaja.

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