AQUELLOS NOVIEMBRES DE LOS AÑOS 50

En aquellos días de mediados de noviembre de los años cincuenta, Laciana, como cada año, recibía las primeras nieves. Atrás había quedado la Feriona; importante feria de ganado que se celebraba en Villablino desde hacía muchos años, a la que acudían muchos pequeños ganaderos de diferentes comarcas con la esperanza de vender su gando. El entonces campo de fútbol se transformaba en recinto ferial. Al atardecer de ese día, un desfile  de vacas –las vendidas y las no vendidas- dejaba tras de sí La Feriona, la cual, en su marcha hacia un próximo año, como si de un necesario equipaje se tratara, se llevaba consigo el olor a pulpo cocido, a castañas asadas, a cebollas del Bierzo, a sillas de montar de Salamanca y a navajas de Taramundi; dejaba también, cuando las gentes venidas de otras comarcas regresaban a sus tierras, un marcado silencio y una profunda añoranza en los vecinos del pueblo.

Era la época en la que las hojas de los árboles que bordean los caminos del pueblo, por ese milagro de la naturaleza, se habían ya tornado, como sucede en cada otoño, en una hermosa mezcla de colores amarillos, rojos y ocres; mezcla de colores que, en contraste con el verde de los prados, realzaba el paisaje y atraía hacia sí la mayor parte de las miradas; miradas que, a través de la belleza, buscaban abrir puertas al espíritu. Como casi todo en esta vida, pronto -consecuencia de ese mismo fenómeno natural- se desvanecería esa imagen, cuando las hojas, inexorablemente, fueran arrancadas de su árbol y, en su caída, confeccionaran una colorida y suave alfombra sobre prados y caminos, como si quisieran, de ese modo, protegerlos de la abundante nieve que sobre ellos, no tardando mucho, empezaría a caer.

Atrás quedó también el día de Todos los Santos, con el silencioso peregrinar de las gentes, de vuelta a casa desde el cementerio, llevando en el recuerdo la imagen de seres queridos, quienes, no siempre, abandonaron su árbol como consecuencia de la llegada del otoño de sus vidas, sino que, en demasiadas ocasiones, la suya les fue arrancada de forma brutal e inmisericorde, por el efecto de una explosión de grisú o como consecuencia del hundimiento del techo de un taller en la mina. De eso, para su desgracia, saben mucho -¡Quizá demasiado!- las familias de los mineros. Sobre sus tumbas, depositados como signo de un recuerdo que no se borraría a lo largo de sus vidas, ramos de flores que, físicamente, serían cubiertos por la nieve en pocos minutos, pero que, en el recuerdo, durarían hasta el primero de noviembre del siguiente año.

El brillo del rocío que, al romper la mañana, desprenden los prados helados, cuando sobre ellos se posan tímidamente los primeros rayos de sol, un año más, parecía querer recordarnos la proximidad de la fiesta de Santa Bárbara, patrona de los mineros. Bueno, realmente no sé si el vocablo fiesta era el más acorde con la realidad de muchas familias mineras. Puede que conmemoración fuera un término más adecuado, al menos por lo que a mí respecta. Por fiesta entiendo yo algo alegre y bullicioso, y para mí, como para muchas familias mineras, este día tenía mucho de entrañable, pero muy poco de alegre; más bien, podría decirse que era un día para el recuerdo y la nostalgia.

En ese día, a modo de celebración, la MSP ofrecía una especie de lunch para todo el personal de la Empresa. Nada especial, pero dada la escasez que muchos teníamos en aquellos días, unos cuantos pinchos de tortilla, chorizo y empanada, todo ello acompañado de unos cuantos tragos de vino, resultaba ser un festín. Es de remarcar la camaradería que había entre todos los mineros; especialmente, a media tarde, después de haber llenado bien el estómago y de haber ingerido una razonable cantidad de vino. Lo cierto es que todos considerábamos aquella fecha como algo muy especial. Baste decir que, ese día, cada cual vestía sus mejores galas; los había que acudían al aperitivo vestidos con el traje con el que se habían casado. ¡Qué diferente de la celebración actual del día de Santa Bárbara! Aparte de ser un día no laborable, nada interesante que pudiera ser remarcable. Apenas si se escucha el estallar de algunos petardos en las calles, tirados por los chiquillos.

“Santa Bárbara vendita, patrona de los mineros” -dice una canción-. ¡Cuántos y cuán entrañables recuerdos vienen a mi mente con sólo pronunciar esta frase! Esta celebración, para mí, como para tantos otros mineros y sus familias, tenía un significado muy especial. Sin pretenderlo –tampoco trato de evitarlo- algunos recuerdos llegan a mi mente entremezclados y de forma desordenada y un tanto confusa, como si alguno de ellos temiese no tener cabida en mi cerebro, y por otra parte, otros recuerdos me llegan con tal nitidez, que hasta los más mínimos detalles surgen, uno tras otro, como extraídos de una cámara fotográfica. Recuerdos de tiempos lejanos; tiempos difíciles y, a la vez -consecuencia de la edad-, entrañables e inolvidables. Tiempos que, no me atrevo a decir si para bien o para mal, jamás volverán; recuerdos que quienes no los han vivido, dudo que puedan comprender tales sentimientos.

Muchas imágenes me llegan de mi niñez, pero una, en concreto, se yergue sobre cualquier otra que trate de abrirse camino en mi cerebro: la de cuatro mineros que, ennegrecidos sus rostros por el polvo del carbón, con paso acelerado, pero firme, caminaban por la vía en dirección al hospitalillo de Villager llevando a bordo de una camilla, construida con dos palos y un trozo de lona, a un minero herido de gravedad. Un cuerpo tendido sobre aquel trozo de negra lona era una inconfundible señal de alarma. Esa imagen, por sí sola, tenía la suficiente fuerza para acelerarme las pulsaciones, hasta tal extremo, que el corazón parecía un caballo desbocado, a la vez que las piernas iniciaban una alocada carrera hacia las ventanas del hospitalillo, en un vano intento por asomarme y averiguar que quien iba tendido sobre aquella camilla no era mi padre o algún otro miembro de mi familia. Más tarde, cuando preguntando a alguno de los mineros que lo habían traído, me cercioraba que en aquella ocasión el herido no era ninguno de ellos, el nudo que oprimía mi garganta se desataba sumiéndome en un estado de relajación que, en las más de las veces, se transformaba en un irrefrenable llanto.

Cuando la primera cura de urgencia había finalizado, el herido, acostado sobre la misma mugrienta camilla, y trasladado por los cuatro mineros que lo habían traído desde el interior de la mina, era cargado, literalmente, en un camión de la Empresa –de los que se utilizaban para transportar material- , y sin más acompañamiento sanitario que el de sus cuatro compañeros, con los rostros aún cubiertos por el polvo del carbón, aquella improvisada ambulancia emprendía su tortuoso viaje camino de Ponferrada en busca de un hospital. Sucedía con frecuencia que, cuando las heridas eran importantes, el minero fallecía antes de llegar a su destino, y lo que se había iniciado como un viaje sanitario, se transforma, por obra y gracia de la más denigrante e indignante precariedad, en un cortejo fúnebre.

Diferentes son los recuerdos que, de mi adolescencia, el día de Santa Bárbara vienen a mi mente. ¿He dicho adolescencia? Tal vocablo, en este caso, lo considero inapropiado. En aquellos tiempos, esa palabra, para las familias mineras aún no había sido incorporada al diccionario. Sencillamente, no existía la adolescencia para los hijos de los mineros. Pasábamos de niños a hombres por obra y gracia de la penuria económica. Con trece o catorce años, a lo sumo –el que ello fuese ilegal, no era, en absoluto, un obstáculo-, iniciábamos la “carrera” de minero, primero como pinches en el exterior, y poco después, como rampleros o guajes, engrosando así la plantilla de La Empresa; merced a lo cual, yo pude participar desde muy joven –casi un niño- en el ágape que antes mencionaba. Para mí, el simple hecho de comer un trozo de empanada y beber un vaso de vino –peleón, naturalmente- con gaseosa, en compañía de auténticos mineros -Picadores, entibadores, barrenistas, artilleros, etc.- significaba, algo así, como lo que para un torero –supongo- debe significar tomar la alternativa. Creo que, en cierto modo, hasta incluso me sentía como un héroe de novela.

El paso de los años se encargó de mostrarme la cara más dolorosa de la cruda realidad de la mina; cruda realidad, que con letras de sangre se escribía, día a día, en el hogar de los mineros, como si quisiera recordarnos que la vida de la mina nada tiene de épica ni de romántica y que, solamente, hombres forjados en los más recios crisoles son capaces de trepar por tan escarpada senda. Hoy, cuando se acerca el día de Santa Bárbara, no puedo evitar que mi mente se pueble con imágenes de mineros muertos; algunos, aplastados por costeros; otros, como los diez del pozo María, cuyos cuerpos quedaron destrozados, un mal día de un mes de Octubre, a los que sorprendió la muerte -como escribiera José León Destal- “Cuando el grisú vino al tajo hambriento de carne viva”; otros, los más, dejaron este mundo con los pulmones destrozados por la silicosis, después de haber consagrado toda una vida de trabajo y sacrificio a la mina, en pro de la familia, como única posibilidad de subsistencia.

A esos mineros, a los que, en la proximidad del día de Santa Bárbara, con tal intensidad y afecto yo recuerdo; a ellos, a todos ellos, quiero rendir este sencillo pero profundo recuerdo; pues, ellos, sólo ellos, son los verdaderos héroes, merecedores de ser recordados.

8 thoughts on “AQUELLOS NOVIEMBRES DE LOS AÑOS 50

  1. Piorno haber si dejas de escribir chorradas. Eso que cuentas de Santa Bábara seguro que se lo oiste contar a algún minero, porque tu ni pisaste la mina ni tu familia fue una familia minera ni nada que se le parezca. Solo cuentas mentiras y además no sabes ni contarlas ni escribirlas. Te alabaron unos cuantos fachas como tu las gilipolleces quue escribes, te lo creiste y ahora presumes de escritor, cuando no eres mas que un facha de mierda que todo lo que sabe hacer es criticar a Venezuela y a Cuba. Lo poco que escribes en facebook es para atacar a la izquierda y demostrar la mierda de facha que eres. Supongo que no vas a dejar que se publique este comentario porque los de tu calaña no tienen cojones para hacerlo, pero me vale conque tu lo leas.

  2. Carreirón, ya ves que no he censurado, ni en una coma, tu «bonito» comentario, aunque es posible que tu intención fuera el que no lo publicara. Y, por otra parte, permíteme decirte que a juzgar por tus comentarios,no sabes quien soy, ya que niegas que mi familia haya sido una familia minera, pero eso carece de importancia. No voy a responder a tus calificativos porque no vale la pena; en todos caso, en algo sí he darte la razón: reconozco que mi forma de escribir es manifiestamente mejorable.
    Saludos cordiales.

  3. Piorno, vaya por delante mi admiración hacia tu persona, y mi rechazo indignado hacia ese tal Carreirón. Que haya personas de esa calaña que se atrevan a hacer juicios gratuitos sobre lo que no conocen, es cuanto menos, repulsivo. Es evidente que no sabe quién eres, somos muchos los que hace tiempo leemos tus escritos y los libros que has publicado sobre este tema de la minería. Lo entrañable, hace evidente que lo llevas en la sangre, aún para quien no sepa quién eres ni quien es tu familia. Las cosas hay que tomarlas como de quién vienen, y este personaje se retrata de cuerpo entero al atreverse a escribir una cosa así. Que rumie su mala baba y que se atragante con ella. Y para ti, reitero mi admiración y mi respeto al publicar algo, que a todas luces, es resentimiento y cobardía al ampararse en un seudónimo.
    Como siempre, tu relato me ha gustado, sigue escribiendo porque sabes hacerlo.
    Chapó y un abrazo,
    Guaja.

  4. . Quiero que sepas amigo Piorno que quien te conoce, siempre ha respetado tu integridad moral, tu buen decir y tu talante liberal para respetar todas las opiniones.
    Me parece que aciertas en la publicación de ese “insignificante y maloliente” párrafo, que no merece otra razón que su olvido inmediato.
    Te animo a que sigas escribiendo, para deleite de tus amigos y satisfacción propia.
    Un abrazo.
    Fernando

  5. Vamos a ver…que no podemos ponernos a su altura … que nos gana.
    Nosotros somos personas que. disfrutamos de Piorno y conocemos su trayectoria.
    Ese comentario es la anecdota de alguien frustrado e infeliz .
    La ignorancia es muy osada

  6. Querido Piorno, yo como tú, también cuando llega Santa Bárbara, recuerdo de manera especial a todos aquellos minero muertos, unos de accidente, otros a causa de la silicosis y el sufrimiento previo de no poder respirar. Las carreras al hospitalillo cuando algún minero se había “mancao”, no sabíamos quién era pero había que ir, no para ayudar que no lo hacíamos, si no para ver de quien se trataba…
    Querido Piorno, sigue deleitándonos con tus relatos, yo los leo todos aunque no haga ningún comentario. Y felicidades por seguir siendo tan íntegro y tan coherente como has sido toda la vida, nunca he tenido dudas al respecto
    Besos
    Xipla

  7. Agradezco este relato de Santa Bárbara que me ha «caído» ante los ojos casualmente. Ha sido buscando el significado de piorno que he dado de bruces con un blog que, si bien describe una geografía y una cultura muy alejadas de mi realidad (soy de un pueblo de Catalunya) han rememorado unos días vividos en La Laciana y San Emiliano que dejaron un tremendo poso en mí.
    Este mundo minero y la Feriona de Villablino que tuve la suerte de presenciar por más de 4 horas, así como los prados y valles de su dura i bella geografía, se agarraron en mi corazón y en mi retina y no los he podido ni querido borrar jamás.
    Me llevé recuerdos y me llevé libros de esta tierra de la que hablas, pero me llevé las ganas de revivirla continuamente. Y en eso estaba cuando te encontré buscando lugares con la palabra piorno. Piorno; imagen de prados coloristas y fríos donde lo salvaje y agreste se tamiza con su flor.
    Gracias por tus magníficos relatos.

  8. Magi, no me des las gracias. Si alguien tiene motivos para estar agradecido, ese, sin ningún género de dudas, ese soy yo. Me alegra que hayas tropezado con este humilde blog, pero aún más -si cabe- me alegra que guardes tan bellos recuerdos de mi tierra. Espero que tus deseos de revivir esa experiencia se cumplan. Por lo que a mí respecta, me tienes a tu entera disposición para cualquier información, sobre el particular, que pudieras necesitar.

    Gracias y saludos cordiales
    Piorno

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