NANO-35

Contemplando en Internet El Olivo de Nano, mis pensamientos retrocedieron en el tiempo hasta los días –hace de esto ya varios años- cuando le conocí. Fue de una forma un tanto especial: Yo, por simple curiosidad, solía entrar en una página en la que se debatía única y exclusivamente de política; bueno, decir que se debatía es pecar de generosidad y benevolencia. Aquello más que opinar o debatir era una encarnizada guerra de insultos y descalificaciones, a tal punto, que yo me imaginaba a los participantes sentados frente al ordenador escribiendo con el cuchillo entre los dientes. Reconozco que leer cómo unos y otros, por un quítame allá estas pajas, se lanzaban dentelladas a la yugular, de alguna forma, me divertía; hasta tal extremo, que no pasaba un solo día que no me diera una vuelta por aquel foro. Y, hete aquí que, un buen día, como si una hermosa rosa brotara en un campo de cardos borriqueros, aparece en aquel foro un artículo cuya lectura me produjo gran perplejidad. Estaba escrito con educación, pulcritud, sensibilidad profunda, con perfecta y delicada prosa y con abundantes reflexiones filosóficas. El comentario lo firmaba un tal Nano35. Después de leer un par de veces aquel articulo, no pude por menos que pensar: Este hombre se ha equivocado de foro. Lo verdaderamente sorprendente para mí, fue que unos días más tarde, Nano35 aparecía de nuevo y esta vez con un hermoso y emotivo relato, nada menos y nada más, que sobre Dios. Ninguno de los empecinados defensores de sus propias verdades políticas hizo el menor comentario a ninguno de sus dos escritos. Ignoro si consideraron que un extra-terrestre había aterrizado fortuitamente en aquel foro o, sencillamente, el tema no les interesaba. Puede que, aunque hubiesen querido responder, no encontraran argumentos para poder clavar sus afilados colmillos en aquel advenedizo.

 Pasados unos días me decidí a escribir un comentario en aquel foro, pero dirigiéndome únicamente a Nano35. En aquel comentario, con la máxima prudencia que me fue posible, le invitaba a que entrara en el foro de la página de Villager, y si lo que allí iba a leer le parecía acorde con su pensamiento, yo vería de buen grado que escribiera en ella. Aunque yo no era el administrador de la página, daba por sentado que mi buen amigo Lolo Gancedo, creador y administrador de la página, daría el visto bueno, como realmente así fue. Nano35 no se hizo de rogar y a los pocos días sorprendió a los lectores del foro con un emotivo relato sobre sus primeros pasos como emigrante en Suiza, que años atrás había sido. Recuerdo alguno de los pasajes de aquel relato que empezaba así: “Estación de Zurich, 8 de la mañana, con una gran nevada, en zapato bajo, con el frío en el alma por la incertidumbre hacia lo desconocido y cargando con una maleta cuyo escaso equipaje se componía, esencialmente, de algunos libros de poemas…”(Pido disculpas a mi buen amigo Nano35 si la literalidad de la frase no es exacta, pero es así como la recuerdo). A aquel primer relato le siguieron muchos otros y no pocos comentarios. Todos sus escritos, además de gran sensibilidad y extraordinaria prosa, dejaban al descubierto su alma de poeta al tiempo que su gran pragmatismo filosófico.

 Pasado un tiempo y tras múltiples intercambios a través del foro de Villager, ambos decidimos que había llegado el momento de conocernos personalmente. Coincidentes en no pocos puntos de vista, además del hecho de haber sido ambos emigrantes en Suiza, lo que sin duda influenció poderosamente para que en nosotros germinara una sincera amistad, creímos que era preciso fijar un encuentro y, puesto que él, alguna que otra vez, se acercaba a Vegapujín, donde conservaban la casa de sus antepasados, en ese bonito pueblo de Omaña fijamos nuestro primer encuentro personal. Así pues, un soleado día del mes de agosto, subido en el viejo y destartalado Land Rover, que mi amigo Pacón el de Rabanal me había prestado –no sin antes advertirme que no intentara correr demasiado, como si hacerlo fuera posible-, con un calor sofocante, a pesar de ir con las ventanillas abiertas, puse rumbo a Vegapujín. Aparqué a la entrada del pueblo, apenas cruzado el puente sobre el río en el que otrora, como Nano35 escribiera: “Río en el que abundaban hermosas truchas de negro lomo cubierto de pintas rojas”. Entré en una cantina –la única que había en el pueblo- para, a la vez que tomaba algo fresco, preguntar por la casa de los Bardón, pues resultó que Nano35 era Fernando Moreno Bardón. La dueña de la cantina, una agradable mujer y con muchas ganas de hablar, me dio toda suerte de explicaciones, no sólo de la dirección, sino de toda la familia de los Bardón. Me hablo del alerce –orgullo de los habitantes de Vegapujín- y de quién lo había plantado. El pino –continuó diciendo- se ve desde todo el pueblo. Vaya hacia él y encontrará la casa de los Bardón. Con la detallada información obtenida, me dirigí hacia la casa donde esperaba encontrar a Fernando. Realmente no era difícil, pues la majestuosa figura del alerce, plantado –según la cantinera- muchos años antes por un tío de Fernando a instancias del coronel Don Sabino Bardón, era un inequívoco punto de referencia. Hacía la mitad del pueblo me encontré con un hombre y una mujer que, con aire de forasteros –su vestimenta les delataba-, paseaban en la misma dirección que yo. Al llegar a su altura, el hombre y yo nos miramos mutuamente. Aquel hombre, de aspecto bonachón y gesto risueño, era la viva imagen de cómo yo me había siempre imaginado a Nano35. Tras unos segundos de mirarnos fijamente, instintivamente, supe que era él. Me disponía a preguntarle, pero antes de que yo articulara una sola palabra, fue él quien, con gesto amable, me interpeló, preguntándome sin ambages, ¿Piorno? Tras un efusivo saludo me presentó a su hermana, que era la mujer que caminaba a su lado.

 Posterior a aquella primera reunión, tuvimos ocasión de encontrarnos en la Cantina de Villager y en Buenverde, compartiendo mesa con varios tertulianos de la Cantina, mientras degustábamos las incomparables empanadas de nuestra Amiga Xipla. Él, aunque nacido en Madrid, de madre omañesa y con profundas raíces en Vegapujín, se siente fuertemente unido a la montaña leonesa y, no creo exagerar si digo que, a partir de sus visitas a Villager y después de haber conocido nuestra braña, como tantos de nosotros, lleva Buenverde en su corazón. Su residencia, desde su regreso de Alemania, a donde fue cuando se marchó de Suiza, es Sevilla y, allí, a la sombra de su querido olivo, escribió hermosos poemas; poemas que a mí me recuerdan, en gran medida, a los poemas de Espronceda. No en vano, como él en uno de sus relatos escribía: “Cuando me incorporé al servicio militar, todo mi equipaje era un libro de poesía de Espronceda”. Desde hace algún tiempo colabora con la facultad de filosofía en la Universidad de Sevilla, donde ha presentado diversas ponencias en congresos en los que han participado primeras figuras europeas de la filosofía y las letras. Como ya mencionaba en mi relato “La Cantina de Villager”, Nano35 es un hombre mitad poeta mitad filósofo; cosas que, aunque en principio pudieran parecer incompatibles, él ha demostrado que no lo son tanto; si bien es cierto que este criterio no es compartido por algunos filósofos puros, con los que él colabora y con los que mantiene profesionales discrepancias al respecto.

 Casualmente, hace un par de semanas he leído uno de sus trabajos para la Universidad de Sevilla –razón por la que hoy lo he traído a este blog-, trabajo que, por sí sólo, viene en apoyo de mi criterio al decir que es mitad poeta y mitad filósofo. A continuación trascribo fielmente su mencionado trabajo titulado “La razón y la rosa”., Dejo a juicio del lector interpretar lo que al respecto considere.

 La razón y la rosa

 Las paradojas y también enormes divergencias en la forma y modo de pensar y sentir, se dejan notar de una manera asombrosa en los casos de Leibniz (1646-1716), Newton (1642-1727) y Ángelus Silesius (1624-1647). Dos de ellos científicos y filósofos y un tercero poeta religioso y místico.

La razón y cálculos matemáticos acapararon los estudios, investigaciones y consideraciones científicas de Newton y Leibniz, llegando a sentenciar (Leibniz) que “Nada es sin razón”, algo que también supongo afirmaría Newton, padre de la “ley de la gravitación universal”.

En la misma época y casi coetáneo de los dos científicos, vivió el poeta Ángelus Silesius, dejando para la posteridad un poema cuyo primer verso resume una forma de sentir que dice “La rosa es sin porqué”.

Lo que me complace destacar de estos tres grandes personajes, que marcaron a su manera una época que aun hoy perdura, es que los científicos apelaban a la razón y el poeta la ignoraba.

Analizando hermenéuticamente las dos frases “nada es sin razón” y “la rosa es sin porqué”, asombra la interpretación que se les puede dar tan distinta y distante. Son incluso dos formas opuestas de ver la vida en momentos puntuales de ella, pero de ninguna manera incompatibles de que una misma persona sea capaz e incluso de vivir felizmente con esa posible contradicción.

Son dos formas de actuación que determinan en buena medida el devenir de la existencia humana, “la razón” y la “contemplación”

Desde la “razón”, todo pensamiento, acción o conclusión, ha de ser contemplada desde su propio análisis sin desviaciones de carácter “filosófico clásico”, para llegar a conclusiones y soluciones finales y reales. La ciencia y la tecnología acaparan esta actitud y nos llevan a los grandes descubrimientos científicos y técnicos.

La contemplación de “la rosa” sin más, nos transporta a un mundo donde no existe la acción e influencia del hombre, donde cualquier cambio o manipulación forzada, no es deseada ni demandada.

Estas dos formas de pensar, de sentir, en definitiva de filosofar, parece ser que han entrado definitivamente en confrontación con el hombre de nuestro tiempo, cuya “especialización” le impide comprender y por lo tanto disfrutar de aquello que desconoce.

Si para ser feliz no necesitas más que admirar a “la rosa es sin porqué”, estas en tu derecho y creo perteneces a ese grupo de personas que están muy cerca de encontrar el significado de la vida.

Si por el contrario estas de acuerdo en que “nada es sin razón”, aun así, párate a contemplar “la rosa es sin porqué”, disfruta de ella en todo su esplendor, y cuando una abeja después de posarse en ella levante el vuelo, observaras sus patas cubiertas de polen, entonces y solo entonces si te apetece, podrás sacar tus propias conclusiones y razonar el porqué de la rosa.

El hombre tiene la capacidad de “razonar y contemplar” sin que con ello perdamos el gran tesoro de libertad de pensamiento y obra que nos es dado como bien incuestionable. Atengámonos pues y sigamos esa gran verdad fenomenológica de “¡A las cosas mismas”! que de una manera tan grata recuerda incansablemente, mi admirado Prof. Cesar Moreno en sus clases de Fenomenología.

 Fernando Moreno Bardón                                                                        02/04/15