SE NOS HA IDO OTRO AMIGO

Nano-35 con su querida musa Pipi

El pasado lunes, día 3 de Junio, Nuestro entrañable amigo Fernando Moreno Bardón (Nano 35) nos ha dicho a dios para siempre. En esta reciente fotografía, su querida musa Pipi, tal vez presintiendo el final de quien tanto la quiso, refleja la tristeza en su rostro. Me atrevo a decir que Pipi fue para Nano lo que Platero para Juan Ramón Jiménez. Pipi, como Platero, aparece en uno de sus libros y en varios de sus preciosos relatos.

La pasada noche, cuando su amada compañera Eva me dio la noticia, sentí como si algo en mi interior se desgarrara. Era otro amigo, quizá el más entrañable, que como otros antes, también se iba y, con su marcha, el sentimiento de soledad en mi alma se acrecentaba. Tal vez sea el el precio que hay que pagar por llegar a viejos, me dije; un precio que va lacerando nuestra resistencia. Quizá, para consolarme, recordé una frase que no sabría decir a quién pertenece, pero que siempre me gustó: «No llores porque lo has perdido, sonríe porque lo has tenido».

Quisiera entonar, con mis propias palabras, un canto a la verdadera amistad, pero en estos momentos, no las encuentro, por eso voy a recurrir a los clásicos; clásicos a los que él tanto leyó y, como poeta y filósofo que era, estoy seguro que, allá donde esté, le gustará escucharlos. Mi deseo es que sea un canto a la amistad, una memoria de quienes, muertos, siguen vivos en mí y no se desdibujarán nunca.

La frase con la que inicio lo que deseo sea un canto a la amistad es de Shakespeare, cuando Polonio a conseja a su hijo Laertes en Hamlet «Los amigos que tienes y su amistad probada, apriétalos a tu alma con ganchos de acero».

El inmortal Cervantes, en La Casa de los Celos y Selvas de Ardenia, hace decir a Roldán: «Amistades que son ciertas nadie las puede turbar».

El gran sabio ateniense Demetrio de Falero, tres siglos antes de Cristo, dejó escrito: «Un hermano puede ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano.

El gran Aristóteles nos enseña que «la amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas».

MI amistad con Nano no fue una de esas amistades que se inician en la niñez, ni siquiera en la juventud, pero es curioso, nuestras vidas corrieron, al unísono, por los mismos destinos pero por vías paralelas sin que llegaran a cruzarse hasta pasados muchos años. Juntos pero, sin saberlo, estuvimos en Sidi Ifni. En agosto de 1957 la 7ª compañía de la 1ª Bandera paracaidista del ejército de tierra, a la que yo pertenecía, se hallaba acuartelada en Ifni en espera de ser trasladada a alguno de los frentes donde fuera necesaria. A mediados de mes se nos comunicó que algunos de nosotros tendríamos que instruir a un grupo de soldados de reemplazo pertenecientes a una compañía de infantería, grupo que se había inscrito para acceder a la policía militar. Durante dos meses, hasta que mi compañía fue llamada a volar a Tiliuim, un destacamento de los Tiradores de Ifni, que se hallaban sitiados por el ejército moro, estuvimos instruyendo a aquellos reclutas y, que casualidad, en mi grupo había un tal Fernando Moreno Bardón.

En años posteriores nuestros destinos continuaran por vías paralelas pero sin cruzarse. El cruce llegó años más tarde y de forma casual. En Villager, Manuel Gancedo a quien, indirectamente, debemos el habernos encontrado, abrió una página Web llamada Villager de Laciana. com. Yo, además de escribir en esa página, me asomaba a alguna otra y, en especial a una sobre política en la que, menos bonitos, se llamaban de todo. Confieso que entraba en ella por el morbo que me producían sus escaramuzas e insultos. Pero, un día, cosa rara, leí un relato de un tal Nano-35 que me llamó la atención. Después de leerlo me dije: éste se ha equivocado de página Web. Era un relato precioso y muy bien escrito. En esa misma página le escribí animándoles a que escribiera en la de Villager. Desde aquel día empezó a escribir en la página de nuestro pueblo. Gracias a su maestría en el relato y a su buen talante, pronto intimó con la mayoría de los que allí escribíamos. Como él descendía de Vegapujín, casi todos los años, solía pasar los veranos en ese pueblo en compañía de una hermana. Fue allí donde nos vimos, ya de cincuentones, por primera vez. La verdad es que ni su físico ni su nombre me eran conocidos.

Fue una mañana de un espléndido y soleado día, cuando, apoyados en la barandilla de un puente del río que discurría cerca de su casa y, mientras contemplábamos los zigzagueantes movimientos de unas truchas de «dorados lomos«, como él había descrito en uno de sus relatos, sin ser conscientes del por qué, empezamos a hablar de la mili. Me comentó que había hecho la mili en África, en infantería y que la había hecho como policía militar. En principio no lo relacioné con nada, hasta que de pronto, como si se me hubiera encendido una luz, le pregunté:
-¿En que año estuviste en Ifni?
-Llegué en Agosto de 1957, en plena guerra con Marruecos -me respondió.
-Habrás tenido que hacer algún curso para ser policía, supongo.
-Bueno, si así quieres llamarlo… En realidad el curso era muy simple. Lo peor fueron dos meses de prácticas de instrucción que nos dieron en el aeropuerto unos paracaidistas, que nos macharon vivos. Llegué a desear que me mandaran al frente, porque el instructor que me tocó a mí era un chaval con una mala uva que no te puedes imaginar. Los paracas hacían una instrucción como los legionarios. Parecían de hierro, nunca se cansaban. corrían tanto o más que nosotros y además nos dieron clases de lucha personal. Eso fue lo peor. El instructor que me tocó a mí había practicado la lucha libre y, para qué decirte. Por las noches debían pitarle los oídos de las perrerías que pensaba de él.
No pude evitarlo. Solté una sonora carcajada.
-¿Por qué te ríes? A mí lo de aquel pájaro no hace ninguna gracia.
-Porque todavía me están pitando los oídos. -dije sin parar de reír.
Abrió uno ojos como platos, mientras decía:
-¡No vas a decirme que eras tú mi instructor!

Nos dimos un fuerte abrazo y, a partir de aquel día nació entre nosotros una verdadera amistad. Se diría que tratábamos de recuperar los años perdidos. Descubrimos que ambos habíamos sido emigrantes en Suiza y en Alemania, en las mismas fechas y en las mismas ciudades. Por fin nuestros caminos habían dejado de discurrir en paralelo.

Mi querido amigo Nano, donde quiera que estés, no me cabe duda que seguirás alegrando la vida, con tus relatos, de quien esté a tu lado. A los que quedamos aquí, para recordarte, nos dejas tu legado.

D.E.P.